lunes, 23 de diciembre de 2013

La paradoja de los monos y los plátanos.

Este es un ejemplo de la necesidad de preguntarse el por qué de las cosas, la necesidad de cuestionarse lo establecido.

En un experimento se metieron cinco monos en una habitación. En el centro de la misma ubicaron una escalera, y en lo alto, unos plátanos. 
Cuando uno de los monos ascendía por la escalera para acceder a los plátanos, los experimentadores rociaban al resto de monos con un chorro de agua fría. Al cabo de un tiempo, los monos asimilaron la conexión entre el uso de la escalera y el chorro de agua fría, de modo que cuando uno de ellos se aventuraba a ascender un busca de un plátano, el resto de monos se lo impedían con violencia. Al final, e incluso ante la tentación del alimento, ningún mono se atrevía a subir por la escalera.
En ese momento, los experimentadores extrajeron uno de los cinco monos iniciales e introdujeron uno nuevo en la habitación.
El mono nuevo, naturalmente, trepó por la escalera en busca de los plátanos. En cuanto los demás observaron sus intenciones, se abalanzaron sobre él y lo bajaron a golpes antes de que el chorro de agua fría hiciera su aparición. Después de repetirse la experiencia varias veces, al final el nuevo mono comprendió que era mejor para su integridad renunciar a ascender por la escalera.
Los experimentadores sustituyeron otra vez a uno de los monos del grupo inicial. El primer mono sustituido participó con especial interés en las palizas al nuevo mono trepador.
Posteriormente se repitió el proceso con el tercer, cuarto y quinto mono, hasta que llegó un momento en que todos los monos del experimento inicial habían sido sustituidos.
En ese momento, los experimentadores se encontraron con algo sorprendente. Ninguno de los monos que había en la habitación había recibido nunca el chorro de agua fría. Sin embargo, ninguno se atrevía a trepar para hacerse con los plátanos.
Si hubieran podido preguntar a los primates por qué no subían para alcanzar el alimento, probablemente la respuesta hubiera sido esta “No lo sé. Esto siempre ha sido así”.


Albert Einstein dijo en una ocasión: “Triste época la nuestra. Es más fácil desintegrar un átomo que un prejuicio”

miércoles, 23 de octubre de 2013

Pura matemática. Historia de los camellos



Esta es una historia que suelo contar en las reuniones. Es una historia verídica que nos ocurrió a Ángel, un amigo y compañero de aventuras y a mí, en uno de nuestros viajes, en este caso por el desierto.

Íbamos por el desierto ambos subido en un camello que nos habíamos agenciados para hacer una pequeña ruta por el desierto y llegar hasta Bagdad. Por circunstancias ajenas a nosotros, ya llevábamos tres días de viaje un desierto abrasador, estábamos agotados y sedientos pues se nos había terminado el agua el primer día. 

A lo lejos divisé lo que me pareció un oasis, pero mi amigo tan agotado como yo, no le daba crédito y decía que era un espejismo. Yo como siempre, tozudo insistí en tomar ese rumbo y como pude dirigí hacia allí al débil camello. Según nos íbamos acercando nos parecía escuchar voces; y ya cuando estábamos más próximos observamos que efectivamente era un oasis en el cual había una gran cantidad de camellos y lo que nos pareció tres hombres enzarzados en una discusión, tanto era así que no se percataron de nuestra presencia hasta que estábamos junto a ellos. En ese momento se quedaron callados y nos observaron con desconfianza. Después de presentarnos y saciar nuestra sed, les pregunté en mi perfecto árabe, que cual era el motivo de su acalorada discusión.



El que parecía mayor, comenzó a explicarnos lo que sucedía:

Él era el mayor de los tres hermanos, llamado Abbas y se encontraban discutiendo, porque su anciano padre había muerto, y habían recibido como herencia los 35 camellos que allí se encontraban. La voluntad de su padre antes de morir había sido, que a él por ser el mayor, le correspondían la mitad de ellos, para Abdel, el hermano mediano le correspondía la tercera parte de los camellos y a Alim, el más joven, le correspondía la novena parte. Los tres habían aceptado la voluntad de su padre,  pero no se ponían de acuerdo con el reparto. Ya que la mitad de 35 eran 17 y medio, la tercera parte de 35 eran 11 y pico, y la novena parte 3 y pico, y al no arrojar un resultado exacto, ninguno de ellos quería ceder parte de su herencia.

Y ese era el motivo de la acalorada discusión, ya que ninguno quería ceder, y no era de rigor matar y partir los camelos para hacerlos partes. Así que ¿cómo podemos hacer la partición?,  nos preguntaron.

A mí que me gustan las matemáticas, y tras unos minutos para pensar, se me ocurrió la solución y les dije: “Me comprometo a hacer un reparto justo, para que todos quedéis contentos”.



A mi amigo Ángel, le pedí que cediera el animal que nos había llevado hasta allí, para juntarlo con los demás camellos. Claro, el se mostró muy  reacio, -no puedo permitir semejante locura, como vamos a terminar nuestro viaje?-. Pero finalmente conseguí convencerle y que confiara en mí. Al juntar el camello a los de los tres hermanos, teníamos una cifra mucho más fácil de dividir, ya que la suma era de 36 camellos en total. Todos los demás estaban expectantes ante tal situación. Yo los tranquilicé y procedí a hacer un nuevo reparto justo y cabal:

A ti Abbas te corresponden la mitad de 36, por lo tanto te corresponden 18 de los camellos. Abbas estaba muy contento pues tenía más de los que le correspondían en un principio.

A ti Abdel  te corresponde la tercera parte, por lo tanto la tercera parte de 36 son 12, estas de acuerdo?. Pues claro salía ganando.

Por último a ti Arim te corresponden 4, que es la novena parte de 36. 

Ninguno podéis quejaros, pues todos habéis ganado con mi reparto ya que en un principio sabíais que debíais recibir algo más de 17, de 11 y de 3 respectivamente, y ahora habéis recibido 18, 12 y 4 pero la suma es igual a 34 camellos, por lo que sobran dos. Uno es el de mi amigo Ángel, y el otro me lo llevaré yo como pago por haber resuelto ventajosamente el complicado problema de la herencia.

Eres inteligente, extranjero! –Exclamó el mayor de los tres hermanos- aceptamos vuestro reparto en la seguridad que ha sido hecho con justicia y equidad. ¡Sólo Allah sabe la verdad! ¡Alabado sea Allah que creó la imaginación!

Pd. Esta historia está inspirada en un relato que leí hace ya algún tiempo, de un escritor brasileño que hacía divertidas las matemáticas.

lunes, 14 de octubre de 2013

Historia de los dos que soñaron

Historia de los dos que soñaron, de José Luis Borges.

Cuentan hombres dignos de fe que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan.

Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño un hombre empapado que se sacó de la boca una moneda de oro y le dijo: "Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla". A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros del desierto, de las naves, de los piratas, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres.


Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por decreto de Alá Todopoderoso, una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron con el estruendo de los ladrones y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea.

El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo y le menudearon tales azotes con varas de bambú que estuvo cerca de la muerte. A los dos días recobró el sentido en la cárcel. El capitán lo mandó buscar y le dijo: "¿Quién eres y cuál es tu patria?" El otro declaró: "Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Mohamed El Magrebí". El Capitán le preguntó: "¿Qué te trajo a Persia?" El otro optó por la verdad y le dijo: "Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que esa fortuna que prometió deben ser los azotes que tan generosamente me diste".

Ante semejantes palabras, el capitán se rió hasta descubrir las muelas del juicio y acabó por decrile: "Hombre desatinado y crédulo, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo, en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y luego de la higuera una fuente, y bajo la fuente un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, engendro de mula con un demonio, has ido errando de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no te vuelva a ver en Isfaján. Toma estas monedas y vete."

El hombre las tomó y regresó a su patria. Debajo de la fuente de su jardín (que era la del sueño del capitán) desenterró el tesoro. Así Alá le dio bendición y lo recompensó.

domingo, 12 de mayo de 2013

Problema mal planteado

-Maestro - preguntó un hombre - quiero aprender de tu sabiduría. Me gustaría poder tomar la decisión adecuada en cada momento. ¿Qué debo hacer? ¿Por donde debo empezar?

 En lugar de contestar, el sabio le formuló una pregunta:

 - De una chimenea salen dos hombres. Uno con la cara tiznada y el otro con la cara limpia, ¿cuál de los dos irá a lavarse?

 - Es evidente -dijo el hombre, sin pensarlo demasiado- que se lava la cara el que la tiene sucia.

 - ¡En absoluto! –dijo, entonces, el sabio. ¡El que está limpio! Pues, éste, al ver al compañero sucio enfrente de él, se dice: “Ya que está sucio, yo también debo estarlo. Por lo tanto, tengo necesidad de ir a lavarme”. Mientras que el que está sucio, al ver a su compañero limpio, se dice: “Puesto que él está limpio, yo también debo estarlo. Por tanto no es necesario que vaya a lavarme”.

 No siempre lo evidente acerca a la actitud adecuada. Ve a casa y piensa.

 El hombre se fue y regresó a los quince días. Entonces le dijo al sabio:

 - ¡Qué estúpido fui! Tenías razón. El que se lava la cara es el que la tiene limpia.

 - En absoluto –contestó el sabio. ¡El que está sucio! Pues éste, al ver sus manos llenas de hollín, se dice:
“¡Estoy sucio! Tengo que ir a lavarme”. Mientras que el que está limpio, al ver sus manos limpias, se dice: “Como no estoy sucio no tengo necesidad de lavarme...”.

 La inteligencia y la lógica no siempre pueden darte una evaluación sensata de una situación. Sigue pensando.

El hombre regresó a su casa y pasados quince días volvió:

 - ¡Ya sé, maestro! Los dos se lavan la cara. El que tiene la cara limpia, al ver que el otro la tiene sucia, cree que la suya está sucia y se lava; y el que la tiene sucia, al ver que el otro se lava la cara después de verlo, comprende que la tiene sucia y también se la lava.

 El sabio hizo una pausa y luego añadió: -No siempre la analogía y la similitud te servirán para llegar a la evaluación correcta si no es de una manera fortuita.

 -No entiendo –dijo, desalentado, el hombre.

 El sabio lo miró atentamente y le dijo: -¿Cómo puede ser que dos hombres bajen por la misma chimenea y uno salga con la cara sucia y el otro con la cara limpia? Los dos, forzosamente, tienen que tener la cara sucia.

 Cuando un problema está mal planteado, todas las soluciones son falsas.

domingo, 5 de mayo de 2013

Las formas de decir las cosas....

Una sabia y conocida anécdota árabe dice que en una ocasión, un Sultán soñó que había perdido todos los dientes.
Después de despertar, mandó a llamar a un Adivino para que interpretase su sueño.
 - ¡Qué desgracia, Mi Señor! - exclamó el Adivino - Cada diente caído representa la pérdida de un pariente de Vuestra Majestad.
 - ¡Qué insolencia! - gritó el Sultán enfurecido - ¿Cómo te atreves a decirme semejante cosa? ¡¡¡Fuera de aquí!!! Llamó a su guardia y ordenó que le dieran cien latigazos.

Más tarde ordenó que le trajesen a otro Adivino y le contó lo que había soñado.
Éste, después de escuchar al Sultán con atención, le dijo: 
-¡Excelso Señor! Gran felicidad os ha sido reservada... ¡El sueño significa que sobreviviréis a todos vuestros parientes!
Iluminóse el semblante del Sultán con una gran sonrisa y ordenó le dieran cien monedas de oro. 

Cuando éste salía del palacio, uno de los cortesanos le dijo admirado:
 -No es posible!, la interpretación que habéis hecho de los sueños es la misma que el primer Adivino. No entiendo porque al primero le pagó con cien latigazos y a ti con cien monedas de oro...
-Recuerda bien, amigo mío- respondió el segundo Adivino -que todo depende de la forma en el decir... uno de los grandes desafíos de la humanidad es aprender el arte de comunicarse. 

De la comunicación depende, muchas veces, la felicidad o la desgracia, la paz o la guerra. 

Que la verdad debe ser dicha en cualquier situación, de esto no cabe duda, más la forma conque debe ser comunicada es lo que provoca, en algunos casos, grandes problemas.

La verdad puede compararse con una piedra preciosa. Si la lanzamos contra el rostro de alguien, puede herir, pero si la envolvemos en un delicado embalaje y la ofrecemos con ternura, ciertamente será aceptada con agrado.

viernes, 3 de mayo de 2013

Como solucionar la crisis.

Seguramente ya habéis leído estas esta historia, la del Ruso que llega a un pueblecito, y la solución a la crisis, os la cuento:

Un rico Ruso de ruta por España, llega a un pequeño pueblo. Entra en el hotel donde pretende alojarse, pero antes quiere ver las habitaciones para ver si son de su agrado, por lo que pone un billete de 1000€ en el mostrador del recepcionista que le acompaña a ver las habitaciones. El dueño del hotel pensando que el ruso se alojará en el hotel, coge el billete y sale corriendo a pagar las deudas que tiene con el carnicero que le provee. El carnicero con el billete que recibe, corre a pagar su deuda al criador de cerdos, este a su vez se da prisa en pagar lo que debe al proveedor de piensos. El del pienso coge el billete al vuelo y corre a liquidar su deuda con la prostituta a la que hace tiempo que no paga. La prostituta coge el billete y va al hotel donde había ido con sus clientes las últimas veces y que todavía no había pagado. Entrega el billete de 1000€ al dueño del hotel, y liquida sus deudas. En este momento baja el ruso, que acaba de echar un vistazo a las habitaciones, dice que no le convence ninguna, coge el billete que había dejado antes, y se va de pueblo. Nadie ha ganado nada, pero todos han saldado sus deudas.
Moraleja: Si el dinero circula se acaba la crisis.

Esta historia ha circulado por email y seguramente estará publicada en algunos blogs. A todas las personas que se la he contado o las que he escuchado comentándola, han estado de acuerdo que sería la solución para combatir la crisis.
Una vez leida la historia, yo os pregunto: Es necesario que llegue “Un Ruso” o cualquier otro con dinero, para solucionar el problema de la deuda que tienen unos con otros?. Pero si pensamos por un instante, la deuda que tienen unos con otros no existe, lo que han hecho es un trueque, pero ellos no se han dado cuenta.
Si pudiéramos juntar a todos ellos y ponerles de acuerdo, podríamos hacerles ver que no es necesario poner los 1000 € para saldar las hipotéticas deudas.
Puesto que si analizamos la historia, lo que los actores de la historia han realizado, es un trueque indirecto a un precio constante por sus servicios.

Salto en paracaidas

Estupendo salto en paracaidas, disfruté y pienso repetirlo en verano. Una sensación increible saltar al vacío en caida libre desde 4200 metros y alcanzar 225 Km/h hasta que se abre el paracaidas y despues hacer el molinillo, una pasada.