Esta es una
historia que suelo contar en las reuniones. Es una historia verídica que nos
ocurrió a Ángel, un amigo y compañero de aventuras y a mí, en uno de nuestros
viajes, en este caso por el desierto.
Íbamos por
el desierto ambos subido en un camello que nos habíamos agenciados para hacer
una pequeña ruta por el desierto y llegar hasta Bagdad. Por circunstancias ajenas
a nosotros, ya llevábamos tres días de viaje un desierto abrasador, estábamos
agotados y sedientos pues se nos había terminado el agua el primer día.
A lo lejos divisé
lo que me pareció un oasis, pero mi amigo tan agotado como yo, no le daba
crédito y decía que era un espejismo. Yo como siempre, tozudo insistí en tomar
ese rumbo y como pude dirigí hacia allí al débil camello. Según nos íbamos acercando
nos parecía escuchar voces; y ya cuando estábamos más próximos observamos que
efectivamente era un oasis en el cual había una gran cantidad de camellos y lo
que nos pareció tres hombres enzarzados en una discusión, tanto era así que no
se percataron de nuestra presencia hasta que estábamos junto a ellos. En ese
momento se quedaron callados y nos observaron con desconfianza. Después de
presentarnos y saciar nuestra sed, les pregunté en mi perfecto árabe, que cual era el motivo de su acalorada
discusión.
El que
parecía mayor, comenzó a explicarnos lo que sucedía:
Él era el
mayor de los tres hermanos, llamado Abbas y se encontraban discutiendo, porque
su anciano padre había muerto, y habían recibido como herencia los 35 camellos
que allí se encontraban. La voluntad de su padre antes de morir había sido, que
a él por ser el mayor, le correspondían la mitad de ellos, para Abdel, el
hermano mediano le correspondía la tercera parte de los camellos y a Alim, el
más joven, le correspondía la novena parte. Los tres habían aceptado la
voluntad de su padre, pero no se ponían
de acuerdo con el reparto. Ya que la mitad de 35 eran 17 y medio, la tercera
parte de 35 eran 11 y pico, y la novena parte 3 y pico, y al no arrojar un
resultado exacto, ninguno de ellos quería ceder parte de su herencia.
Y ese era el
motivo de la acalorada discusión, ya que ninguno quería ceder, y no era de
rigor matar y partir los camelos para hacerlos partes. Así que ¿cómo podemos hacer la partición?, nos preguntaron.
A mí que me
gustan las matemáticas, y tras unos minutos para pensar, se me ocurrió la
solución y les dije: “Me comprometo a
hacer un reparto justo, para que todos quedéis contentos”.
A mi amigo
Ángel, le pedí que cediera el animal que nos había llevado hasta allí, para
juntarlo con los demás camellos. Claro, el se mostró muy reacio, -no puedo permitir semejante locura,
como vamos a terminar nuestro viaje?-. Pero finalmente conseguí convencerle y
que confiara en mí. Al juntar el camello a los de los tres hermanos, teníamos
una cifra mucho más fácil de dividir, ya que la suma era de 36 camellos en
total. Todos los demás estaban expectantes ante tal situación. Yo los
tranquilicé y procedí a hacer un nuevo reparto justo y cabal:
A ti Abbas
te corresponden la mitad de 36, por lo tanto te corresponden 18 de los camellos.
Abbas estaba muy contento pues tenía más de los que le correspondían en un
principio.
A ti Abdel te corresponde la tercera parte, por lo tanto
la tercera parte de 36 son 12, estas de
acuerdo?. Pues claro salía ganando.
Por último a
ti Arim te corresponden 4, que es la novena parte de 36.
Ninguno
podéis quejaros, pues todos habéis ganado con mi reparto ya que en un principio
sabíais que debíais recibir algo más de 17, de 11 y de 3 respectivamente, y ahora
habéis recibido 18, 12 y 4 pero la suma es igual a 34 camellos, por lo que
sobran dos. Uno es el de mi amigo Ángel, y el otro me lo llevaré yo como pago
por haber resuelto ventajosamente el complicado problema de la herencia.
Eres
inteligente, extranjero! –Exclamó el mayor de los tres hermanos- aceptamos vuestro
reparto en la seguridad que ha sido hecho con justicia y equidad. ¡Sólo Allah
sabe la verdad! ¡Alabado sea Allah que creó la imaginación!
Pd. Esta historia está inspirada en un relato que leí hace ya algún tiempo, de
un escritor brasileño que hacía divertidas las matemáticas.