miércoles, 23 de octubre de 2013

Pura matemática. Historia de los camellos



Esta es una historia que suelo contar en las reuniones. Es una historia verídica que nos ocurrió a Ángel, un amigo y compañero de aventuras y a mí, en uno de nuestros viajes, en este caso por el desierto.

Íbamos por el desierto ambos subido en un camello que nos habíamos agenciados para hacer una pequeña ruta por el desierto y llegar hasta Bagdad. Por circunstancias ajenas a nosotros, ya llevábamos tres días de viaje un desierto abrasador, estábamos agotados y sedientos pues se nos había terminado el agua el primer día. 

A lo lejos divisé lo que me pareció un oasis, pero mi amigo tan agotado como yo, no le daba crédito y decía que era un espejismo. Yo como siempre, tozudo insistí en tomar ese rumbo y como pude dirigí hacia allí al débil camello. Según nos íbamos acercando nos parecía escuchar voces; y ya cuando estábamos más próximos observamos que efectivamente era un oasis en el cual había una gran cantidad de camellos y lo que nos pareció tres hombres enzarzados en una discusión, tanto era así que no se percataron de nuestra presencia hasta que estábamos junto a ellos. En ese momento se quedaron callados y nos observaron con desconfianza. Después de presentarnos y saciar nuestra sed, les pregunté en mi perfecto árabe, que cual era el motivo de su acalorada discusión.



El que parecía mayor, comenzó a explicarnos lo que sucedía:

Él era el mayor de los tres hermanos, llamado Abbas y se encontraban discutiendo, porque su anciano padre había muerto, y habían recibido como herencia los 35 camellos que allí se encontraban. La voluntad de su padre antes de morir había sido, que a él por ser el mayor, le correspondían la mitad de ellos, para Abdel, el hermano mediano le correspondía la tercera parte de los camellos y a Alim, el más joven, le correspondía la novena parte. Los tres habían aceptado la voluntad de su padre,  pero no se ponían de acuerdo con el reparto. Ya que la mitad de 35 eran 17 y medio, la tercera parte de 35 eran 11 y pico, y la novena parte 3 y pico, y al no arrojar un resultado exacto, ninguno de ellos quería ceder parte de su herencia.

Y ese era el motivo de la acalorada discusión, ya que ninguno quería ceder, y no era de rigor matar y partir los camelos para hacerlos partes. Así que ¿cómo podemos hacer la partición?,  nos preguntaron.

A mí que me gustan las matemáticas, y tras unos minutos para pensar, se me ocurrió la solución y les dije: “Me comprometo a hacer un reparto justo, para que todos quedéis contentos”.



A mi amigo Ángel, le pedí que cediera el animal que nos había llevado hasta allí, para juntarlo con los demás camellos. Claro, el se mostró muy  reacio, -no puedo permitir semejante locura, como vamos a terminar nuestro viaje?-. Pero finalmente conseguí convencerle y que confiara en mí. Al juntar el camello a los de los tres hermanos, teníamos una cifra mucho más fácil de dividir, ya que la suma era de 36 camellos en total. Todos los demás estaban expectantes ante tal situación. Yo los tranquilicé y procedí a hacer un nuevo reparto justo y cabal:

A ti Abbas te corresponden la mitad de 36, por lo tanto te corresponden 18 de los camellos. Abbas estaba muy contento pues tenía más de los que le correspondían en un principio.

A ti Abdel  te corresponde la tercera parte, por lo tanto la tercera parte de 36 son 12, estas de acuerdo?. Pues claro salía ganando.

Por último a ti Arim te corresponden 4, que es la novena parte de 36. 

Ninguno podéis quejaros, pues todos habéis ganado con mi reparto ya que en un principio sabíais que debíais recibir algo más de 17, de 11 y de 3 respectivamente, y ahora habéis recibido 18, 12 y 4 pero la suma es igual a 34 camellos, por lo que sobran dos. Uno es el de mi amigo Ángel, y el otro me lo llevaré yo como pago por haber resuelto ventajosamente el complicado problema de la herencia.

Eres inteligente, extranjero! –Exclamó el mayor de los tres hermanos- aceptamos vuestro reparto en la seguridad que ha sido hecho con justicia y equidad. ¡Sólo Allah sabe la verdad! ¡Alabado sea Allah que creó la imaginación!

Pd. Esta historia está inspirada en un relato que leí hace ya algún tiempo, de un escritor brasileño que hacía divertidas las matemáticas.

lunes, 14 de octubre de 2013

Historia de los dos que soñaron

Historia de los dos que soñaron, de José Luis Borges.

Cuentan hombres dignos de fe que hubo en El Cairo un hombre poseedor de riquezas, pero tan magnánimo y liberal que todas las perdió menos la casa de su padre, y que se vio forzado a trabajar para ganarse el pan.

Trabajó tanto que el sueño lo rindió una noche debajo de una higuera de su jardín y vio en el sueño un hombre empapado que se sacó de la boca una moneda de oro y le dijo: "Tu fortuna está en Persia, en Isfaján; vete a buscarla". A la madrugada siguiente se despertó y emprendió el largo viaje y afrontó los peligros del desierto, de las naves, de los piratas, de los idólatras, de los ríos, de las fieras y de los hombres.


Llegó al fin a Isfaján, pero en el recinto de esa ciudad lo sorprendió la noche y se tendió a dormir en el patio de una mezquita. Había, junto a la mezquita, una casa y por decreto de Alá Todopoderoso, una pandilla de ladrones atravesó la mezquita y se metió en la casa, y las personas que dormían se despertaron con el estruendo de los ladrones y pidieron socorro. Los vecinos también gritaron, hasta que el capitán de los serenos de aquel distrito acudió con sus hombres y los bandoleros huyeron por la azotea.

El capitán hizo registrar la mezquita y en ella dieron con el hombre de El Cairo y le menudearon tales azotes con varas de bambú que estuvo cerca de la muerte. A los dos días recobró el sentido en la cárcel. El capitán lo mandó buscar y le dijo: "¿Quién eres y cuál es tu patria?" El otro declaró: "Soy de la ciudad famosa de El Cairo y mi nombre es Mohamed El Magrebí". El Capitán le preguntó: "¿Qué te trajo a Persia?" El otro optó por la verdad y le dijo: "Un hombre me ordenó en un sueño que viniera a Isfaján, porque ahí estaba mi fortuna. Ya estoy en Isfaján y veo que esa fortuna que prometió deben ser los azotes que tan generosamente me diste".

Ante semejantes palabras, el capitán se rió hasta descubrir las muelas del juicio y acabó por decrile: "Hombre desatinado y crédulo, tres veces he soñado con una casa en la ciudad de El Cairo, en cuyo fondo hay un jardín, y en el jardín un reloj de sol y después del reloj de sol una higuera y luego de la higuera una fuente, y bajo la fuente un tesoro. No he dado el menor crédito a esa mentira. Tú, sin embargo, engendro de mula con un demonio, has ido errando de ciudad en ciudad, bajo la sola fe de tu sueño. Que no te vuelva a ver en Isfaján. Toma estas monedas y vete."

El hombre las tomó y regresó a su patria. Debajo de la fuente de su jardín (que era la del sueño del capitán) desenterró el tesoro. Así Alá le dio bendición y lo recompensó.